Dime por qué

Por_que_no

Según Piaget, el niño tiene maneras de pensar específicas que lo diferencian del adulto. El niño, dentro de su desarrollo cognitivo, quiere saberlo todo, pregunta por todo, cuestiona todo, especialmente todo que a él se le antoja incomprensible porque no tiene incorporado un sistema de valores, de principios y de normas que en el mundo adulto le servirá para funcionar y adaptarse al sistema al que pertenezca.

 

El niño, al contrario, está ávido por explorar el mundo que los rodea, y por crear parcelas y compartimentos dónde pueda almacenar toda esa nueva información. Poco a poco aprende a crear etiquetas para cada parcela, y a ubicar dentro de ellas, diferentes tipos de información, personas, lugares, situaciones. En el proceso de socialización, el niño aprende  parcelas (familia, amigos, colegio), que más tarde, aprehenderá y modificará cuando sea adulto. Conforme crece, esa casa, llena de compartimentos, se va ampliando, y deja de ser una casa para convertirse en un mapa o en una hoja de ruta, que le orienta para configurar su vida. La tendencia general es tener una familia, una pareja, colegas de profesión, amigos de un lugar concreto o de una actividad concreta, y amigos de otra. Sin embargo, a diferencia de los niños, el hombre adulto, al menos en la ciudad donde yo vivo, tiene dos barreras.

 

La primera, y en cierto modo comprensible, es la barrera de seguridad con los “conocidos”, que son personas con las cuáles interactuamos cumpliendo las normas de funcionamiento del orden social, pero que normalmente relegamos a un segundo plano de nuestras vidas, somos “diplomáticamente correctos” y punto. Y sí lo somos, es simplemente porque hemos aprendido que eso es lo correcto, sin plantearnos ni siquiera si nos apetece serlo o no. Bien visto, es un comportamiento programado, más típico de un autómata que de una persona. Un niño, motu proprio, jamás actuaría así, sino que se dejaría llevar por sus impulsos y actuaría conforme a ellos. Al contrario que el adulto, para el cual eso es socialmente inadmisible, si bien hay personas que prefieren antes ser coherentes que cumplir con normas sociales que no aceptan.

 

En cualquier caso, es la segunda barrera la que me intriga más, porque nunca he llegado a entenderla. Esta barrera se presenta como un tabique entre estancia y estancia, en las “casas” que construyen muchas personas que conozco, en otras palabras, es la tendencia a separar visiblemente los grupos sociales a los que pertenecemos. Por ejemplo: Un individuo, puede tener amigos del pueblo, y amigos de la universidad, pero rara vez quedará con ambos simultáneamente. Es una praxis muy extendida, en el mundo en el que yo vivo, y ciertamente es una praxis que no deja de sorprenderme.

 

Quiero decir, si la gente que está en mi vida es solamente la que yo he elegido, ¿qué sentido tiene poner tanto empeño en que ninguna área se mezcle?, o ¿Qué todo se quede inerte, y nunca evolucione o se transforme?

Sólo se me ocurren dos respuestas. La primera, es que hay miedo, miedo al cambio, miedo al fracaso, y miedo a lo desconocido, ¿y por qué? Porque como es desconocido, no tenemos un antídoto para ello, ni hemos entrenado para tener una respuesta o una reacción adecuada a esa nueva situación. Y la segunda, porque aunque el adulto madura, a veces su cerebro no lo hace, se queda en su casita, en su mundo de “seguridad” y “control”.

 

Resulta paradójico, antes decíamos que crecer supone ampliar el mapa de ruta, de experiencias y aprendizajes, y ahora decimos que en un intento de facilitar nuestra vida, todo lo reducimos a un refugio en el que nos encontramos “cómodos”.

 

Un refugio, en el que todo está perfectamente almacenado, todo responde a una clasificación, conforme a nuestra propia y única visión del mundo, y todo, absolutamente todo lleva una etiqueta, y una serie de conceptos asociados, que además de intensificar el sentido de los mismos, intensifica el de nuestra propia ruta.

 

Ahora bien, y ¿qué sucede cuando no sabemos cómo etiquetar algo, una experiencia, una persona o una situación determinada? Uuh… entonces es cuando entramos en la zona de riesgo, en la zona de incomodidad personal, y por tanto en la zona que puede hacer tambalear las gafas que usamos para ver el mundo.

 

Llegados ahí, solo hay dos puertas: la de entrada y la de salida. La de entrada, solo te lleva al principio, a la zona de seguridad, al refugio dónde (en apariencia) todo está bajo control, y la de salida, si nunca se utiliza, nunca se sabe dónde te puede llevar.

 

Un niño no se lo pensaría dos veces, correría hacia la salida sin pensarlo, un adulto no, un adulto se desgasta mientras sopesa las consecuencias derivadas de la posibilidad de que la salida sea peor que la entrada, sin darse cuenta de que, en última instancia, si fuera necesario, siempre tendrá la puerta de entrada disponible.

 

Pero y ¿si la salida es mejor? ¿Y si la entrada es solo la caverna de Platón? ¿Y si en la salida encuentra la luz? ¿Y si así descubre que ha estado toda su vida en penumbra?

 

De los niños se puede aprender muchas cosas, incluso, a veces nos ayudan a recordar quiénes éramos y con qué soñábamos antes de que tuviéramos que adaptarnos al mundo adulto.

No pain, no gain” dicen algunos, a mí me gusta decir “if you never try, you’ll never know”.

PD: Esta canción, habla de eso, de la sensación de incomodidad que experimentamos cuando algo está fuera de sitio, cuando es shuffle (aleatorio, en inglés)

Leave a comment